The Rocketgirl Chronicles y Nuestra condición de fantasmas en GF
21/04/2025
The Rocketgirl Chronicles de Andrew Rovenko y Nuestra condición de fantasmas de Virginia Flores en Galería Fotográfica. La muestra inaugura este sábado 26 de abril de 2025, a las 11:30 horas, en Independencia 180, Córdoba, Argentina, con entrada libre y gratuita.
The Rocketgirl Chronicles de Andrew Rovenko
Jugar es crecer
Por Guillermo Franco
Un día, lo sabemos, el mundo se detuvo y lo divertido desapareció (*). Hubo que reinventar entonces el entretenimiento, al menos para los inocentes más pequeños. Porque, como afirmaba María Montessori, “el juego es el trabajo de los niños”. Una actividad esencial para el desarrollo y el aprendizaje significativo, un derecho fundamental, ya que la vida infantil no se concibe sin él.
Jugar (Del lat. iocāri) es hacer algo con alegría y, a la vez, desarrollar capacidades.
El verbo se conjuga: yo juego, tú juegas, él juega, ella juega…
Ella es Mia, tiene cuatro años. La pandemia de coronavirus la confina en Melbourne, Australia. Su madre Mariya, diseñadora de vestuario teatral, para entusiasmarla durante tanto tiempo ‘libre’ le cose un traje de astronauta. Y le confecciona un casco de papel maché. Su padre Andrew, fotógrafo, la retrata con una Mamiya RZ67 (cámara analógica, de formato medio) y película Fuji 400H Pro (de matices tan bellamente fríos). Lo hace en cuanto sitio, cinco kilómetros a la redonda del hogar (tal la restricción perimetral de la autoridad sanitaria), se parezca a superficies lunares, plataformas para cosmonaves, universos inexplorados.
The Rocketgirl Chronicles (Las crónicas de la chica cohete) es un desafío fotográfico admirable, pero también una forma creativa de vivir en familia, un homenaje a la fortaleza de adultos y menores en tiempos difíciles, una inspiración para encontrar esperanza en lo absurdo. Una luz en el infierno.
“Estas fotografías documentan el tiempo que pasamos juntos. Son recuerdos familiares. Al mismo tiempo, estas memorias se crearon en una época extraña. Y aunque el confinamiento sirvió como detonante de nuestra creatividad, la preparación de las imágenes y su época nos obligaron a mirar con atención y encontrar belleza en lo cotidiano” (Andrew Rovenko).
Jugar es pensar, sí, pero también es crecer. Lo demuestran las fotos hechas por Andrew, Mariya y Mia. Y ya todos sabemos lo que decía Julio Cortázar: “Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es tomar fotografías, actividad que debería enseñarse tempranamente a los niños pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros”.
(*) La Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia de COVID-19 una emergencia internacional el 30 de enero de 2020, condición que mantuvo vigente hasta el 5 de mayo de 2023.
Sobre el autor
Andrew Rovenko es un fotógrafo residente en Melbourne, Australia, originario de Odesa, Ucrania. Desde que vio a su abuelo usar una cámara y un misterioso cuarto oscuro (que le estaban prohibidos de niño), se sintió atraído por aquella magia; y cuando tuvo edad suficiente para permitirse su propia herramienta, comenzó su aventura fotográfica. Sus primeras imágenes llamaron la atención del editor de una revista que lo invitó a trabajar profesionalmente. Fue un sueño hecho realidad y la mejor escuela práctica que cualquiera podría desear, pues así consiguió aprender con todo tipo de encargos editoriales, desde reportajes hasta publicidades, desde conciertos hasta retratos de celebridades.
Conocido por combinar sus narrativas con una estética visual nostálgica, Andrew obtuvo reconocimiento internacional por The Rocketgirl Chronicles, una serie que presenta a su hija pequeña con un traje de astronauta hecho a mano durante los confinamientos por la pandemia, en Melbourne. Lo que comenzó como paseos familiares se convirtió en un mágico diario visual que captura la imaginación, la resiliencia y la maravilla en tiempos de incertidumbre. Desde entonces, el proyecto ha conmovido a públicos del mundo entero con exposiciones, premios y publicaciones, y le ha valido a Rovenko el título de “Fotógrafo Australiano del Año 2021”.
Nuestra condición de fantasmas de Virginia Flores
Alma de luz
Por Guillermo Franco
Ya lo decía Mafalda: “No ando despeinada, sino que mis cabellos tienen libertad de expresión”. Y Virginia parece refrendarlo: con esa maleza azabache que germina sobre sus ideas (en algunas comunidades indígenas el pelo es la manifestación física de los pensamientos y una extensión del ser), con esa apariencia tan suya de adorable revoltosa. Let’s dance!
Flores se florea en movimiento, de arriba a abajo, de atrás para adelante, del centro a los costados. Y fotografía su yo a la manera de Francesca Woodman, con la evanescencia de una canción, con la fugacidad de los espectros. Lo sabe: el cuerpo es instrumento para la representación, y lo invisible siempre -siempre- está por (mo)verse. ¿Estados de ánimo? ¿Sensibilidades? ¿Fortalezas y flaquezas? ¡Clic! ¡Clic! ¡Clic!
Si el autorretrato es espejo de las emociones, los sentires de ‘la Vir’ pululan frente a cámara con límites difusos, huesos danzantes, exposiciones múltiples… Ella, además, lo pone magistralmente en palabras: “El eco de lo que no se dice”, “Y si me rompo, espero que me quieras en pedazos”, “No salgo de mi asombro porque estoy confinada”.
Ya lo explicaba Antonio Muñoz Molina: “Visto y no visto. Aparición y desaparición. Lo que revela como ningún otro medio la fotografía es nuestra condición de fantasmas”. La Galería Fotográfica se complace en presentar -en sintonía con tal reflexión- a Virginia ‘la Vir’ Flores, foto bailarina en la oscuridad, alma de luz.
Sobre la autora
Virginia Flores (egresada de la Universidad Nacional de Córdoba, Facultad de Ciencias de la Comunicación) curiosea historias en las luces y en las sombras. Comunicadora por formación y fotógrafa por instinto, alguna vez bailó en el Teatro San Martín; guarda esa memoria en sus pies. Madre de dos hijos -Lucía & Joaquín-, estudia Bibliotecología en la Facultad de Filosofía y Humanidades (UNC), con la certeza de que los libros también saben abrazar. Hace radio, escucha el mundo… y lo retrata. Cree en los gestos mínimos, en lo que no se dice, en lo que se ve.