El amor nunca va a pedir perdón

04/05/2024

Love Lies Bleeding, segunda y última película de la directora inglesa Rose Glass, de reciente estreno en Argentina, parece haber salido de aquella grieta en donde el cielo de la noche más profunda se asimila a las entrañas del desierto de los Estados Unidos. Bajo el manto de un oscuro synth pop que todo lo envuelve, podemos imaginar esta obra como el modo de recoger el guante de cierta historia reciente del cine, y también como el resultado de batir en una coctelera pulp las herencias estéticas y políticas de realizadores como David Cronenberg, Paul Verhoeven y Panos Cosmatos.

La violencia contra los cuerpos, atravesados por el odio, el amor, el sexo y el deseo, serán las coordenadas de un sistema narrativo que se articula y sostiene a partir de una premisa exclusiva: el mal tiene un origen específico y un orden evidente, que no es otro que la heteronorma patriarcal, en un despliegue de abuso y poder contra las mujeres. Contra ese sistema, encarnado en la figura del Padre y el Esposo, es que se revelarán, en una escalada de violencia y fantasía, Jackie y Lou, interpretadas por Katy O’Brien y Kristen Stewart, en un intento por subvertir la norma y parámetros estéticos y poner en relieve, según decía Stewart en una reciente entrevista con LA Times, que “en las películas, de alguna manera se espera que las chicas hagan que todos se sientan realmente cómodos. Creo que esa es una configuración muy predeterminada para las mujeres en general. Y en este caso, fue como, sí, pero ¿qué pasa si estoy enojada y mi rabia está hirviendo y burbujeando? ¿Y también me excita mucho compartir eso con otra persona?”  

Todo lo cual no debe llevarnos a pensar que estamos ante un manifiesto o un panfleto camuflado de película. Si algo resalta en Love Lies Bleeding, es el hecho de que este núcleo estético y político, concentrado en una pequeña ciudad del sur en la década del ochenta, se amalgama con una propuesta visual que busca al mismo tiempo entretener, sin temor a los malos entendidos e incluso, sin pensar más allá de los músculos aceitados de O’Brian bajo la mirada atormentada de Stewart.

Así, en este amor que nace a primera vista en un tugurio perdido dedicado al culto del cuerpo, se gesta el despertar o el camino iniciático de nuestras heroínas, que tras disparos, vejámenes de toda clase, explosiones gore y huidas, se encontraran de nuevo y al fin tras el velo del sueño americano, en las rutas del oeste, con la radio a todo volumen y el sueño febril del rock and roll, rumbo a un nuevo destino.

Crítica de Matías Lapezzata