B-Movie: Lust & Sound in West Berlín: un registro directo de un momento único
16/10/2023
En las puertas de un mundo que se cae a pedazos, esta melancólica película, con su belleza y el germen de la destrucción incorporado, es un portal a una dimensión en donde la vida en un presente continuo supo forjar una de las experiencias estéticas decisivas para el rock del siglo XX. No en vano recalaron allí, atraídos por una fuerza oscura y magnética, artistas como David Bowie, Iggy Pop, Brian Eno o Nick Cave, pilares de un sonido que buscó refugio en las ruinas de una ciudad aislada, pero tomada por una fuerza que eclosionaba en su centro dando lugar a expresiones artísticas de toda clase, sin descanso, más allá de las noches y los días. No dormir era uno de los objetivos: “hace tiempo que vivo in the other side”, dirá Blixa Bargeld cuando le pregunten por la ciudad del otro lado, evocando una vida en donde no hay ningún motivo para partir y en donde los Malaria! ensayaban durante días y días enfrascados en un sonido que no se detenía nunca, salvo para transformarse en un LP. Para quienes vivían allí y habían nacido en Alemania, no había razón alguna para viajar, mucho menos para cruzar hacia la parte oriental, sin noticias de la avanzada cultural de la mano del capitalismo, fuerza que penetraba el lado occidental como los squatters los edificios abandonados.
Pero B-Movie: Lust & Sound in West Berlin no comienza en Alemania precisamente, sino en Manchester, donde vivía Mark Reeder, autor de los registros de los que se compone este documental, en el año 1979. En sus propias palabras, aquella ciudad de Inglaterra que supo ser la cuna de la revolución industrial, era un páramo. Un aplastante clima opresivo que emanaba de las fábricas abandonas y el desempleo, dibujaba el contorno que era a su vez el límite para el campo de las artes y de su propia vida. Algunas pocas bandas, como Joy Division, comenzaban a dar sus primeros pasos en el under en representación del agobio reinante, pero Reeder sentía que nada estaba sucediendo. O mejor dicho, luego de tener en sus manos vinilos de Tangerine Dreams, Kraftwerk, Neu! y otras bandas que darían comienzo a la nueva ola alemana, caería en la cuenta de que lo que estaba sucediendo, estaba en otro lado, e hizo caso a un llamado, a un deseo promovido por el sonido de los sintetizadores en ese cuarto de la disquería donde trabajaba, algo irracional y puro que le indicó de manera precisa que debía ir a Alemania, más precisamente a Berlín Occidental.
La película da cuenta de su pasión, del cambio de dirección y de vida que supuso para Reeder ese viaje, a partir de un impulso genuino que lo condujo de inmediato a formar parte de una movida que comenzaba a gestarse. Y para comprender la decisión o la convicción que lo conducía, veamos qué es lo primero que hace al llegar, sin casa, sin dinero y sin trabajo: ir, con un disco en la mano, a buscar a su departamento a Edgard Froese, uno de los fundadores de Tangerine Dream, quien no estaba.
Performers, músicos, artistas visuales y de toda clase vivían en una realidad solo posible allí, ocupando departamentos abandonados desde los bombardeos de la segunda guerra, viviendo en el piso y con muy poco dinero, en libertad para crear y darle forma a un movimiento que a su modo, junto con el punk, supo ser contestario en un sentido profundo: se vivía como se decía que se vivía. Para el caso, vale la escena en que un jovencísimo Nick Cave, quien acababa de fundar The Bad Seeds, muestra a Reeder su hogar: una habitación ocupa, minúscula y caótica dividida por una tela, donde el objeto más valioso, y del que Cave se jacta, era un arma. Lo importante era la música, y la realidad que se creaba o emanaba de ella. Clubs, drogas, fiestas, managers y productores improvisados, tiendas de discos, artistas visuales, cineastas, radios y hasta una peluquería, conformaban una pequeña constelación que acompañó la gestación de una movida que expandió sus ondas por sobre el muro, y que hacia finales de 1989 fue parte de la fuerza que terminó por voltearlo: en 1987, del otro lado de la cortina de hierro, jóvenes que tenían alguna noticia gracias al tráfico de influencias, discos y libros, escuchaban un recital de Bowie, quien había apuntado los parlantes del escenario en dirección a Berlín Oriental. Vigilados por la policía, en ese otro lado crecía un clima de tensión que impulsaba la liberación del deseo, de un deseo: el de ser parte de todo aquello.
El material del que esta película se conforma es un registro directo que logra captar un estado de cosas. Hay que pensar en Reeder como alguien realmente cooptado por una idea, para asumir sin más que anduviera por allí con una cámara haciendo cualquier cosa: plomo, manager, productor o un simple mortal entrevistando gente en un bar para un canal de tv en Inglaterra. Todo estaba en sintonía a una idea y como soporte de expresión de la propia vida y la de todos los demás. Es una virtud del montaje el preservar esa frescura, en una narrativa lineal pero no por eso menos profunda, que intenta mirar la época directamente a los ojos, aun sabiéndola ya perdida. Por ello la melancolía que nos embarga sobre el final, cuando el rock comienza a desaparecer, los artistas a emigrar o a pegar la vuelta, y la ciudad a perder su gracia y libertad. En ese momento, Reeder inscribe el nacimiento de la música tecno, y avizora el futuro en los djs: personajes que ya no eran simples mediadores, sino que ahora creaban su propia música a partir de sonidos sampleados. Reeder, todavía conectado, funda entonces una productora de música electrónica, justo en el momento, antes de la caída del muro, en que nace la primera Love Parade y la película termina.
Crítica de Matías Lapezzata
Dónde verlo
B-Movie: Lust & Sound in West-Berlín 1979-1989, se presenta el jueves 26 de octubre a las 21: 30 horas en el Cineclub Municipal de la ciudad de Córdoba. La introducción al material fílmico estará a cargo de Ricardo Cabral.