Misántropo: una mirada extranjera un poco inocente y anacrónica
07/05/2023
Recibir el mote de “nueva promesa”, en el ámbito que sea, puede ser engañoso. En general los discursos asociados a la cristalización mediática de un nombre propio respecto de su quehacer, se reproducen en un campo de abstracción que parece operar por contagio, desconocimiento y pleitesía, cuando no por conveniencia de quien los enuncia. Por otra parte, y como reverso perfecto, esos discursos pocas veces señalan a alguien real, de tal modo que coincida y se identifique a ciencia cierta la persona en cuestión con el relato que se construye de ella. En el caso del cine, los nombres que se configuran como nuevas promesas en la opinión pública, lo hacen en el seno de una industria descomunal y millonaria, que responde vagamente a una noción de cine asociada a Hollywood.
Damián Szifron, quien se dio a conocer como director de la serie de televisión Los simuladores, y luego a partir del éxito de taquilla de Relatos Salvajes en 2014, su tercer largometraje, supo encarnar públicamente la figura de director exitoso, expresando siempre su admiración por la industria norteamericana y desembarcando en ella después, al aceptar la dirección de El hombre Nuclear, adaptación de la serie homónima.
Hoy su nombre es noticia por varias razones. Por un lado y en primer lugar, acaba de estrenarse Misántropo en todo el mundo, su nueva película de producción norteamericana. Al mismo tiempo y como parte de las entrevistas de ocasión, narró su experiencia dentro de la maquinaria de Hollywood que condujo al naufragio el proyecto de El hombre Nuclear, poniendo en relieve las dificultades para sostener una línea autoral ante la producción seriada de la industria. Por último, hace unos días, se confirmó su participación como jurado en el próximo festival de Cannes, siendo parte de un grupo que presidirá Ruben Östlund, director que bien podría emparentarse a Szifron a partir de filiaciones temáticas y sus modos de representación: la violencia (real o simbólica) y las miserias humanas.
Es imposible al invocar estas cuestiones (cine e industria) no recordar a Fabian Bielinsky, director de Nueve Reinas y El Aura, cuya temprana muerte dejó vacante un lugar en representación del cine clásico, de raigambre industrial y taquillera. Sus dos películas dialogan —grosso modo— con “el misántropo” de Szifron. Con todas las diferencias del caso, el retrato de personajes que habitan los márgenes y las costuras a la vista de una sociedad fracturada en lo más profundo, podrían ser temas en común. Aunque Bielinsky no necesitó para ello salir de la Argentina.
En el caso de Misántropo, el foco está puesto en el sistema y la sociedad de EE. UU. La película transcurre en Baltimore, y comienza con el asesinato de 26 personas en manos de un tirador furtivo una noche de año nuevo. Lo que sigue, será un relato clásico de iniciación. Una joven de la policía sin credencial alguna, es tomada como ayudante por el agente del FBI a cargo de la investigación, que reconoce en ella a una joven promesa. La afrenta entre el gobierno y la institución policial, el papel de los medios masivos de comunicación y las secuelas de una infancia y una vida de incomprensión y sujeta a la violencia, serán el telón de fondo para un thriller solemne, en donde todo parece tener su punto justo de enunciación. Cada diálogo está puesto al servicio de la maquinaria narrativa crítica del sistema, y de la construcción de personajes que por un motivo u otro, viven por fuera de las imposiciones regladas y de los consumo sociales.
Es una apuesta que no deja de ser extraordinaria, hay montajes cuyas virtudes narrativas devuelven a las imágenes un valor singular y cinematográfico. Pero en el conjunto, la película deja la impresión de ser una mirada extranjera un poco inocente y anacrónica. Mientras tanto, Szifron ya se encuentra en la Argentina produciendo la que será la adaptación cinematográfica de aquella vieja serie de televisión que lo puso en escena.
Crítica de Matías Lapezzata