Fernando “ the best “ Samalea
01/01/2018
Rock y bandoneón. Crónica de viaje publicada por Fernando Samalea en su muro de Facebook y que vale la pena destacar en #otrasyerbasrock
“Cuatro países, cincuenta y nueve días, veinticinco conciertos y más de once mil kilómetros recorridos en motocicleta.”
Embriagados en una suave danza de tatuajes y pulseras de oro, cuando culminábamos la travesía en el Teatro Margarita Xirgu de Buenos Aires, el 29 de abril de 2017…
Nada pudo detenernos y cada metro de asfalto, tierra, barro o ripio transitado latirá como el motor de “La Idílica” o las aguas del río Urubamba, sabiéndose testigos de un acto poético por Argentina, Bolivia, Perú y Chile.
Kiki, la guerrera élfica, que inspira anhelos mágicos e impone un golpe de suerte. Recomiendo su imaginario de canciones y cuadros de expansión celta, nipona y milenaria, que van muchísimo más allá de la norma”.
Film & Fotografía: Agustin Nuñez (Ojo Urbano Films)
Terminaste de ver el video de lo que fue MOTOTOUR, ahora, desde #otrasyerbasrock te invitamos a leer este texto, también de Samalea y que forma parte de uno de sus libros.
Corría el verano porteño de 1994, era de madrugada y nos encontrábamos todos en el estudio “La Diosa Salvaje” de Villa Urquiza, grabando detalles para “La Hija de la Lágrima”.
Nuestro Héroe Nacional exhalaba su pátina creativa-lunática a diestra y siniestra y, junto a María Gabriela Epumer, intentábamos estar a la altura y seguirlo en sus ocurrencias musicales y demás.
Mario Breuer comandaba la consola con clase y el mismísimo Spinetta -como buen anfitrión- entraba cada tanto a regalarnos sus dosis de humor, su encanto y alguna delicatessen que preparaba en la cocina del fondo.
Llevábamos horas allí dentro cuando las luces del control se volvieron tenues, brindándonos una atmósfera que permitió adentrarnos aún más en la mística de esas canciones.
De repente, Charly y Luis Alberto se trenzaron en un poderoso duelo de ingenio, manteniéndose por largos segundos a pocos centímetros, tocándose mutuamente, hermanados en un rapto de auténtica alegría.
Asombrado por lo que estaba viendo, tomé mi Canon A-1, medí el diafragma como un autómata, apunté e hice sonar el click, que ni ellos percibieron desde su gran complicidad.
Era obvio que, en esas condiciones de escasa luz, la imagen sería descartada por cualquier fotógrafo decente…¡Pero qué importaba! Si al revelar el rollo iban a quedar eternizadas nuestras dos máximas estrellas siderales, refractando a varias cuadras a la redonda y honrando, como lo hacían desde tanto tiempo atrás, a la gran danza del rock argentino…